Una postal en el Camino

11 de enero
Cuarto día en el Camino
Puente la Reina-Estella. 22 kmts

Una postal en el Camino

Un día mas en el Camino, el cuarto. Por experiencia sé que este cuarto día puede resultar difícil, tanto desde el punto de vista físico, como mental. El cansancio se viene acumulando y además son ya cinco días fuera de casa. Afortunadamente las piernas y la espalda están respondiendo muy bien y por otra parte, la compañía de mi hermano, me hace mucho más llevaderos los ratos de soledad. Bueno, ya está bien de devaneos sentimentales. Vayamos al Camino.

Salimos de Puente la Reina cuando todavía está amaneciendo, y Antonio se encarga de fotografiar el Puente entre dos luces.


Dejamos atrás este maravilloso puente y volvemos a caminar nuevamente junto al Arga. El gran rio de Navarra, que se hace notar para el caminante, desde el valle  del Erro,  todavía será nuestro compañero los próximos dos kmts. Apenas hemos andado cien metros por la senda, cuando una mirla, distraídamente, llama nuestra atención para alejarnos de su nido.

Cuando nuestra ruta se separa definitivamente del río, la senda comienza a empinarse hasta adquirir una pendiente ciertamente más que respetable que nos hace entrar en calor. Una vez superada esta mdificultad, un poco más adelante, empezamos a ver los tejados de Mañeru, pueblo en el que pararemos a desayunar.


A la salida de Mañeru, después de pasar el cementerio, aparece ante nosotros lo que alguien con acierto, ha llamado "una de las postales del Camino". Efectivamente, Cirauqui,  pueblo situado en un alto a donde llega el Camino por una senda entre viñas flanqueadas por olivos jóvenes, resulta una vista única.



Lástima que la espesa niebla no nos permita ver en la fotografía toda la belleza del paraje.

Cirauqui es un pueblo bonito, merece dedicar un rato a pasear por sus empinadas calles. Apenas salimos del pueblo, nuestros pasos nos llevan a una de esas reliquias del Camino, los restos de una importante calzada romana. Al igual que al contemplar el puente de Alcántara o la presa de Proserpina, emociona pensar que hace dos mil años que seres humanos están pisando estas piedras.

     
Caminamos un rato por este testimonio de nuestro pasado y seguimos nuestra andadura, ora por retazos de calzada, ora por sendas entre maleza y monte bajo, hasta que llegamos a orillas del río salado. Allí donde algunas crónicas Medievales situaban a los bandidos que se aprestaban a asaltar a los confiados peregrinos que, al dar de beber a sus caballos el agua salobre, no podían volver a montarlos para reemprender la marcha. Desde aquí, una dura subida hasta Lorca, donde llama nuestra atención el formidable ábside de la iglesia de San Salvador.

En Villa Tuerta, población a escasos tres kmts. De Estella, paramos a comer. En el bar del club de pensionistas, una joven y amable pareja que lo atiende, nos sirve un excelente menú con el que reponer fuerzas.  Hemos comido bien y descansado un rato, ahora ya, a Estella que será nuestro destino para hoy.